Un cachito de algo


Tenía un tocador precioso. Alrededor del espejo, unas bombillas redondas que iluminaban toda la habitación. En el primer cajón de la izquierda, maquillaje y brochas de diferentes grosores. Los pintalabios,los gastaba del mismo modo.

Eso siempre me llamó mucho la atención.



Se cepillaba el pelo corto con cuidado, se peinaba una onda de derecha a izquierda que hacia que se viese guapísima. Luego fijaba el peinado con laca.

No recuerdo que gastase mucho en maquillaje, pero si recuerdo verla sentada ahí delante, con calma. Estaba en su cuarto, y siempre estaba frío, tenía el aire acondicionado puesto. A escasos pasos de la silla, se encontraba la cama. Era grande. Y un cabecero cuadrado, de color beige. Las pesadas cortinas impedían que entrase el sol a saludar, pero si las corrías, ahí estaba el mar bailando.

Hacíamos castillos de arena

Jugaba al tenis y a las damas...




 


Una cotilla

Entonces tendría unos 16 años y me gustaba cotillear mucho a la gente. Iba a casa de mis amigos, e inevitablemente tenía que ir al cuarto de los padres a ver qué había en los cajones. Era algo realmente superior a mis fuerzas, no lo podía controlar. Mi intención no era mala o robarles, simplemente saber; Saber qué cosas guardaban, qué ocultaban al resto… No aceptaba el término de “privacidad” bajo ningún concepto.

Recuerdo una vez que estaba en casa de mi amiga Lucía y a pesar de haber estado en esa casa más veces de las que pueda decir, siempre me ha gustado abrir un cajón nuevo en cada visita. En una ocasión, en un cajón de la cómoda encontré una libreta, parecía ser un diario. Me llamó la atención, pero más que el propio cuaderno, fue la hoja desteñida que se escurrió de ella y quedó tendida en el suelo… No era una nota de amor, ¡era una de intenciones!, y lo decía muy claro.

“Te quiero ver en la tercera luna llena. Nos encontraremos en el parque que está antes del camino a las montañas. Necesito que te prepares lo siguiente: una toalla, una muda de ropa, y unas uvas. Yo llevaré lo mismo, y algo más”.

-¡Ay!- dije en voz alta. Lo suficientemente alta para que apareciese Lucía de la nada, y me preguntase que hacía ahí rebuscando.
Le dije más o menos lo que hacía, la falta de razonamiento lógico al por qué, y demás.
Por suerte, no se enfadó. Solo le generó más intriga las instrucciones de la nota. Y me dijo que se lo quería preguntar a su madre.

Aparecimos por la cocina con la nota en la mano, su madre nos miró y se le cambió la cara en cuestión de microsegundos. Nos abrió mucho los ojos, levantó las cejas y miró hacia el lado, indicando que estaba su padre demasiado cerca.

A ver, ni Lucía ni yo eramos las más espabiladas, pero eso lo entendimos a la primera. Lo bueno de quedarme a dormir tanto en su casa, es que formaba parte del mobiliario y de la familia. Así que tras cenar y recoger todo, nos sentamos con su madre y, la nota puesta encima de la mesa. 

Estaba emocionada por saber lo que había pasado y la historia que llevaba detrás, pero Lucía, no sé yo... Igual pensaba que su padre no era su padre, o algo así. Vete tú a saber. Tras años de amistad, nuestras maneras de pensar no se acercan ni en la forma de cómo cruzar la calle.

Su madre cogió la nota, la miraba y remiraba con ternura... una sonrisa se quedó marcando las arrugas de la edad, y sus ojos brillaban de una manera diferente. 

Suspiró, chasqueó la lengua en el paladar y llenó los pulmones de aire para empezar...

-Fue hace tantos años, que ya ni me acordaba. Ay chicas, por lo que veo por la televisión y lo poco que me contáis, os aseguro que antes no se enamoraba ni se cortejaba de la misma manera. Antes, un caballero para conseguir un beso, se esforzaba muchísimo y por mucho tiempo...

Sin olvidar que luego estaban los zalameros del pueblo. Con ellos tenías que tener cuidado, pues eran quienes no pedían el beso. Solo te rondaban, engatusaban con sus palabras bonitas, y en un descuido... ¡Habías caído en sus brazos!. Entonces, te mantenían en un estado flotante constante hasta que dijeses el primer “no” . Ahí era cuando se pinchaba la nube de adoraciones y, te dejaba tirada en la realidad.


Por suerte, les teníamos bien calados a esos granujas... Nuestras caídas nos costaron, claro...

Pero el chico de la nota con uvas.. Ay, ese si que no era así. Él era tan diferente a todo lo que había conocido... Me buscaba todos los días, y un comentario bonito siempre me regalaba. Tenía pequeños detalles que me hacían sonreír; a veces era un simple caramelo, otras una nota con un dibujito escondido en el bolsillo de la chaqueta... También me sorprendía cuando iba a comprar al supermercado y aparecía de la nada para ofrecerse a llevar las bolsas de la compra hasta el portal de casa.

Me reía a carcajadas, y cuando se lo conté a mi madre recuerdo que me dijo que parecía que me gustaba mucho... Le expliqué que “eramos solo amigos”, y , ja ja, recuerdo que me dijo "Hija, ten cuidado con los que te hacen reir, porque mucho jaja-jiji y ¡tachan!¡Estás desnuda!" ... Más o menos, fue algo así... Ay, si al final, las madres saben de qué hablan...

Pero aquel día... Ese día no me pudo sorprender más. Nos reunimos en el parque, tal y como decía la nota... Se le veía nervioso... Me llevó de la mano por un camino de tierra, todo olía bien en esa extraña y poca oscuridad. Caminamos, y tras apartar unas ramas del camino, cerca del bordecito del agua, había puesto una manta en el suelo, unas velas, una cesta, una botella de refrescante espumoso.

Todo era perfecto, la temperatura, su mirada, la luna que nos iluminaba el lago para nosotros dos...



Entonces nos sentamos en la manta, me ofreció una copa y de la cesta, sacó un poco de queso. Ahí entendí para qué me había pedido las uvas... Nunca me había sabido tan rico algo tan simple. Sentía que lo tenía todo en ese momento. Pero supo mejorarlo, pues tras estar un rato conversando, diciéndome lo increíble que era, lo mucho que le gustaba conversar conmigo, reír, escuchar mis historias... Entonces, en un silencio que parecía hasta preparado, vino el beso. Un beso dulce... Un beso que empieza tímidamente y termina por llenarte el cuerpo entero. Pero sin perder la elegancia, ni la ternura, ni el respeto...

Nunca he encontrado a ningún hombre que me haya besado igual...

Con él, aprendí el significado de “enredarse” con alguien. Pues eso fue lo que hicimos... Los besos nos desnudaron, los abrazos nos hicieron rodar, y nos enredamos hasta tal punto que dejó de existir el mundo. Eramos nosotros dos solos. No necesitábamos nada más. Simplemente, no queríamos nada más.-



Lucía y yo mirábamos embobadas, sonreía, se veía que estaba recordando, extrañando.. Sonreía con melancolía... Al poco, entró su padre, entonces la madre le miró, se le dibujó una sonrisa, cogió la nota y tras doblarla con mucho cuidado, se la guardó en el bolsillo de la bata.

Y de todas las cosas que he encontrado en los cajones, ésta es una de las que más me ha gustado.

Un cachito de algo

Tenía un tocador precioso. Alrededor del espejo, unas bombillas redondas que iluminaban toda la habitación. En el primer cajón de la izquier...